jueves, 25 de junio de 2009

Capítulo 6: Teorías económicas, economistas y realidad[1]


Introducción

Ciertamente, la temática propuesta rebasa con mucho los límites de un ensayo como este; sin embargo, aunque sea someramente deseamos mostrar varias cosas que nos permitan reflexionar sobre la relatividad y temporalidad del saber económico, sobre los riesgos que se corren cuando se asume una teoría económica como una verdad inobjetable, sobre las consecuencias desastrosas para nuestros países de seguir por el camino de la visión neoliberal, sobre lo absurdo del dogmatismo en economía, sobre los límites del mercado, de la dolarización, sobre la necesidad de pensar nuestros propios caminos para salir del subdesarrollo, etc. En verdad, abordar toda esta temática exigiría de realizar un libro; sin embargo, no nos desanimamos porque así se comienzan los libros.

Como mi mundo cotidiano en los últimos 20 años ha sido el departamento de economía de la UCA, en el cual y desde el cual he realizado docencia, investigación y proyección social, siguiendo el formato de Universidad, generado en los 70s por el padre Ellacuría, he sentido la necesidad de publicar algunas reflexiones sobre la economía y las teorías que se ocupan de la misma. Señalo lo anterior porque a diferencia de lo que experimentan muchos estudiantes de economía en el mundo desarrollado, en la UCA hemos tratado de no desvincularnos de la realidad y en nuestro departamento, hemos seguido enseñando economía política, cuando en otras universidades del primer mundo comienzan a preocuparse por la ausencia de tal disciplina económica.

Ahora bien, mi vinculación con el departamento arranca desde 1973 cuando ingresé como estudiante a la UCA, de modo que mi experiencia en este ámbito cubre casi tres décadas y es obvio, que no comparto las opiniones de la ministra de educación, particularmente, cuando señala: “desgraciadamente se ha debilitado la comunidad académica, en aquel tiempo tenían un Héctor dada, un Rubén Zamora, gente de primera línea.”[2] Lo primero que habría que señalar es que ambos profesionales a los que hace referencia la Ministra, se desvincularon de la UCA a inicios de los 80s y con ellos, todos los demócratas cristianos y los socialdemócratas que eran, precisamente, quienes trabajaban en los departamentos de economía, sociología y ciencias políticas; sin embargo, la UCA siguió su actividad docente, investigativa y de proyección social, alcanzando su mayor presencia en la realidad nacional durante los 80s.

Adicionalmente es obvio que fenómenos sociales como los vividos en los 80s son irrepetibles, no sólo por la capacidad de los padres jesuitas asesinados, sino por las circunstancias mismas del país que llevaron a que muchísimos intelectuales abandonaran el país, quedando la UCA como el único centro de reflexión social que se atrevía a manifestarse públicamente. Ahora, existen una cantidad significativa de revistas académicas, infinidad de foros, muchos centros de investigación, los medios de comunicación tienen más apertura, etc. todo lo cual contribuye a relativizar las manifestaciones públicas de la UCA.

Y todo ello es positivo. Pero de eso no se sigue que se ha debilitado la comunidad académica de la UCA, muchos de nuestros graduados en las últimas tres décadas son profesionales exitosos y respetados nacional e internacionalmente, lo cual, al menos, a mi, me anima a seguir practicando la docencia, la investigación y la proyección social, aunque no gane un jugoso salario como el que seguramente cobra un empleado de FUSADES, pero yo preservo mi libertad intelectual.

1. La economía y los economistas

En economía como en todo el saber social existen teorías, diversas teorías para analizar, entender, explicar e incidir sobre la realidad. De vez en cuando, por las razones que sean, se impone una determinada teoría y se tiende a borrar la existencia de las otras o simplemente a descalificarlas. Los mundos intelectuales, tienden a comportarse como micro universos cerrados, en los cuales se comparten las mismas ideas, se habla el mismo lenguaje y se aprecia unos y los mismos instrumentos de análisis con el mayor desprecio por cualquier otro saber. En ocasiones se llega, incluso, a valorar más a los instrumentos que a los contenidos teóricos.

Algo semejante opina Galbrait, cuando dice:

Los economistas suelen tener en general una alta opinión de lo que ellos hacen, y una opinión muy inferior de lo que hacen sus colegas. Puede darse por seguro que el estudioso que profundiza en un pequeño sector de la materia desconfiará de la superficialidad del colega que abarca un territorio más amplio. Este último, a su vez, pensará que el especialista carece de visión o de lo que se llama amplitud. El especialista arriesga una profunda ignorancia con su conducta de conocer más y más acerca de cada vez menos. Los estudiosos de inclinaciones matemáticas consideran que los demás carecen de rigor. Los demás piensan que los primeros se dedican a manipulaciones simbólicas carentes de valor práctico. Los que se dedican a estudios estadísticos consideran que los economistas que arguyen deductivamente son unos intuitivos peligrosos. Pero sus colegas piensan que los economistas dominados por los números son a menudo excesivamente cautos o hasta vacíos.[3]

Ocurre también que se suele hablar de la teoría económica como si esta fuera una y la misma, cuando se están refiriendo, a tan sólo una de tantas teorías. Por ejemplo, Oscar Melhado, en artículo publicado en la revista ECA, plantea:

“Qué dice la teoría económica sobre el salario mínimo.” Para agregar a continuación: “De acuerdo con la economía laboral, la introducción de la legislación sobre salario mínimo, … no es adecuada porque genera desempleo, dado que como consecuencia del aumento de salarios, los empleadores reducen la demanda de trabajo.”[4]

Su formación y visión neoclásica, obviamente, no sólo le conducen a identificar la teoría económica con la teoría neoclásica, sino a una muy pobre comprensión de la realidad. Visto el argumento al revés, sería: de no existir salarios mínimos, no existiría desempleo, lo cual obviamente es una falacia.

Hace algunos años, cuando se impuso el neoliberalismo en el mundo desarrollado, comenzaron a venir al país, economistas salvadoreños con post grados en tales países y ciertamente, daban la impresión de que la teoría económica se había reducido a simples recetas de política económica, formuladas por los burócratas del FMI y del BM. Hubo en el país una ministra, que recitaba con tanta fluidez tales recetas, que hasta parecía una excelente economista y fue tal su apariencia de gran economista, que el COLPROCE hasta la eligió economista del año.

Hubo también otros, primero ingenieros luego economistas, que consideraban que el análisis económico sin modelos econométricos, carecía de rigor científico y por ende, se reducía a un saber intuitivo o a meros juicios de valor. Ciertamente el conocimiento cuantificado es importante, pero las grandes teorías económicas no han partido, ni tienen fundamentos econométricos. Y me refiero a las teorías de grandes economistas como: Smith, Ricardo, Marx y Keynes que siempre seguirán vigentes mientras exista el sistema capitalista.

Y a propósito de Keynes, veamos que nos dice acerca de la utilización de los métodos matemáticos en economía:

“Una parte demasiado grande de la economía “matemática” reciente es una simple mixtura, tan imprecisa como los supuestos originales que la sustentan, que permite al autor perder de vista las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretenciosos e inútiles.”[5]

Tal aseveración de Keynes tiene en la actualidad tanta o mayor vigencia que cuando fue expresada por Keynes y no se piense que lo hacía por su desconocimiento de las matemáticas, Keynes primero se gradúa en matemáticas y luego se especializa en economía. Afortunadamente, tanto los estudiantes como algunos docentes de economía de prestigiosos centros universitarios de Europa, han comenzado a reaccionar.

A fines del año pasado, estudiantes de la carrera de Ciencias Económicas de diversos centros de París, publicaron un manifiesto -al cual se han adherido otras universidades francesas y europeas-, en su manifiesto, los estudiantes plantean:

· … los profesores adictos al llamado “modelo econométrico” no dejan que la realidad pueda estropearles una buena teoría.
· …la formalización matemática, cuando no es un instrumento y se convierte en un fin en si misma conduce a una verdadera esquizofrenia respecto al mundo real.
· … son necesarios enfoques pluralistas en los análisis económicos.[6]

Pero a su vez los estudiantes no aceptan que sea indiscutible que la existencia de un salario mínimo cree paro, que la reducción de la jornada de trabajo laboral no sea un tema a considerar y que la mundialización tenga que ser dirigida por el universo financiero y no por la democracia política.[7]

Por su parte, algunos profesores se han animado a disentir con el orden académico establecido, así Bernard Maris, propone: cortar la economía en dos. A un lado quedaría la economía científica, con sus matemáticas y sus estadísticas; en el otro estaría la economía política. Bernard Guerrien, sostiene,

... los neoclásicos y los heterodoxos, defienden la noción de ciencia económica y yo soy partidario de volver a la vieja noción de economía política.[8]

En Estados Unidos, Richard Heilbroner y William Milberg, en su libro La crisis de visión del pensamiento económico desarrollan la idea de que hasta que el contexto social del comportamiento económico (esto es, hasta que se vuelva a la noción de economía política, más que utilizar la ciencia económica) no sea reconocido de forma abierta –lo que es muy difícil dentro de la ortodoxia dominante- la política económica será incapaz de tener un papel útil como interprete de las perspectivas humanas: una teoría económica potente siempre se erige sobre visiones políticas fuertes y poderosas.[9]

Por su lado, Estefanía sostiene:

La tendencia de algunos economistas a oponerse a cualquier clase de intervención del Estado puede no ser más que la excusa para no admitir que, sencillamente, no saben qué hacer.[10]

En los últimos años, ante la influencia neoliberal y mas por esto, que por el derrumbe del socialismo histórico, se ha buscado enterrar a la economía política, particularmente, a la economía política marxista, como si acaso ésta se ocupara del socialismo y no del capitalismo. Generalmente, quienes con gran desenfado desprecian, descalifican y entierran teorías, son aquellos que nunca se han tomado el trabajo de estudiarlas en serio y se conforman con repetir unos cuantos lugares comunes que, a fuerza de repetirse, terminan pareciendo verdades inapelables, cuando no pasan de ser malas caricaturas del original.

Keynes, con todo y sus méritos como economista orgánico, nunca estudió a Marx y sin embargo, lo menospreciaba. Seguramente si hubiera estudiado El Capital de Marx, hubiera logrado más profundidad en sus análisis y algunos de los planteamientos de su Teoría General no hubiesen sido refutados tan pronto por la realidad, sobre el particular nos dice Paul Mattick:

No estudió a Marx seriamente porque identificaba las teorías de Marx con las hipótesis de los clásicos. En una carta a G.B. Shaw, Keynes decía que “hice un nuevo intento con Karl Marx leyendo la correspondencia de Marx-Engels” pero seguía, sin lograr descubrir nada “que no sea un afán anacrónico de controversia”. [11]

Como se observa el carácter anacrónico atribuido a la teoría económica marxista, no es de hoy y sin embargo, sigue teniendo más vigencia, inclusive, que el keynesianismo.

A propósito de las recurrentes distorsiones del editorialista del Diario de Hoy, quien se siente seguidor de A. Smith, veamos, por ejemplo, lo que nos señala el premio Nobel, Amartya Sen:

En la ‘riqueza de las naciones’, Adam Smith argumentaba que la búsqueda del interés propio era una motivación para buscar el intercambio… pero no decía que esta motivación fuera todo lo que era necesario para la prosperidad del comercio.[12]

Sin embargo, cuántas veces se ha dicho que Smith fundamentaba su teoría económica en la búsqueda del interés privado y a partir de allí, se ha realizado toda una apología de la libre empresa, así como el endiosamiento del mercado.

Dentro de los grandes economistas, omitimos a propósito a Marshal, porque él se escapa de la corriente primigenia de la economía, aquella denominada economía política y crea esa nueva visión económica denominada neoclásica. Pero no se vaya a pensar que la teoría neoclásica es descartable, ciertamente, sus aportes son de suma importancia para el funcionamiento del sistema capitalista a nivel micro económico, y particularmente, son dignos de mencionarse los análisis de Joan Robinson. Pero no se le pida a la teoría neoclásica aquello que de suyo ella no puede brindar. En países como el nuestro es de suma importancia la problemática del desarrollo y si usted cree que con visiones neoclásicas puede encontrar respuestas a tales problemas, considere lo que plantea, al respecto, otro Nobel, nos referimos a Douglass C. North:

“La teoría neoclásica es sencillamente una herramienta inadecuada para analizar y prescribir políticas que induzcan el desarrollo. Se interesa por la operación de los mercados, no por el modo en que estos se desarrollan. ¿Cómo se puede prescribir políticas sin entender el desenvolvimiento de las economías?… Esa teoría en su forma original, que le daba precisión matemática y elegancia, modeló un mundo estático y sin fricciones. Cuando se aplicó a la historia y al desarrollo económico se enfocó en el avance tecnológico y, más recientemente, en la inversión en capital humano…”[13]

Lo cual no significa que no se hayan realizado infinidad de intentos por plantear propuestas de desarrollo utilizando el instrumental neoclásico, aunque en la actualidad, con cierta pérdida de inocencia se les llame, simplemente, modelos de crecimiento económico. Tales son, por ejemplo, el modelo de Lewis de crecimiento con oferta ilimitada de mano de obra; el de Solow que destaca la importancia del cambio tecnológico; el de Haris y Todaro que destaca la problemática de la migración rural-urbana y el desempleo urbano, etc.

Ciertamente, la actividad de los economistas es una actividad bastante compleja, particularmente, cuando tienen que vérselas con la realidad, ya que ésta, más que a menudo se resiste a ser aprisionada en los marcos estrechos de una teoría, ya no digamos de un simple modelo. Si estamos conscientes de ello, quizá no sea tan grave. Pero cuando los economistas mistifican a una teoría pierden la perspectiva de la realidad y terminan exigiéndole a la realidad que se comporte conforme a tal o cual teoría, con el agravante de que las teorías, cuando son buenas teorías han partido de una realidad singular y para explicar esa realidad en particular.

Cuanto más abstracta es una teoría más tentaciones lleva implícitas de explicar cualquier realidad de golpe y porrazo, cuando lo correcto es efectuar todas las mediaciones necesarias para disminuir el nivel de abstracción de la teoría, o para eliminar los supuestos explícitos o implícitos de los cuales se auxilia la misma y observar, si aún así, puede ser válida. Por ejemplo es muy común afirmar que la economía no crece por una insuficiencia en la demanda, esto es, el círculo vicioso de la pobreza de Nurkse. Y la solución que parece teóricamente válida –desde una perspectiva keynesiana- es incrementar el ingreso, para que se incremente la demanda, lo cual llevaría a un incremento en la producción, la cual supondría un incremento en la inversión, que exigiría un incremento en el empleo y en la masa de salarios y así sucesivamente, hasta romper el círculo vicioso. ¿Y dónde está el problema? ¿Por qué una economía como la nuestra que ha experimentado en los últimos años enormes incrementos en los ingresos de las personas vía remesas, no ha crecido? Una posible explicación radicaría en que el planteamiento teórico tiene un supuesto implícito del que nadie parece enterarse, cual es que supone una economía relativamente cerrada. Cuando se trata de una economía abierta como la nuestra, los incrementos en la demanda se satisfacen con importaciones, de allí el déficit que se presenta en nuestra balanza comercial.

De lo anterior podría derivarse otra reflexión que vendría a cuestionar la política económica seguida por nuestros gobiernos atendiendo al modelo neoliberal, cual es la de la apertura comercial. Cuando una economía pobre y subdesarrollada, como la nuestra, recibe año tras año una afluencia considerable de dólares, lo más conveniente parecería ser, si se quiere aprovechar ese ingreso no producido en nuestro país, para emprender un proceso de despegue económico, lo más conveniente, reitero, sería, cerrar nuestro mercado a aquellas mercancías producidas en el exterior que nosotros pudiéramos producir internamente. Esta es la vieja recomendación de la CEPAL de Raúl Prebisch –uno de los más grandes economistas latinoamericanos- para las economías de América Latina. Se podrá objetar con relativa facilidad que tal estrategia no funcionó; sin embargo es innegable que mucha de la poca industria nacional que surge en el país durante los años 50s y 60s, lo hace bajo la influencia de tal visión. Con la diferencia de que en la actualidad nuestra economía posee abundantes ingresos de dólares que se están despilfarrando en un simple consumismo desmesurado de artículos importados, realidad que no debería de pasar desapercibida ni por nuestros economistas, ni por nuestros gobernantes. Las condiciones favorables que en materia de divisas poseemos en la actualidad son de esas oportunidades que no se presentan a menudo, desafortunadamente, no se están aprovechando para promover un proceso de industrialización nacional, sólo porque no se ajusta a la visión neoliberal. También se podrá objetar que las tendencias mundiales son hacia la apertura comercial, que la Organización Mundial del Comercio (OMC) nos exige la apertura comercial. A lo cual se podría responder que tal concepción no nos favorece, porque no está diseñada para sacar a nuestros países pobres de su condición de subdesarrollo, sino que para favorecer a los intereses de las grandes empresas transnacionales que buscan hacer del mundo su mercado, lo cual permite también, en parte, comprender el porqué del interés de los EE UU en dolarizar nuestras economías, en consecuencia, más que aceptar los designios de la OMC, deberíamos de exigir un trato diferente, ya que reconocida es nuestra condición de países subdesarrollados y dependientes. [14]

Si los países de la región centroamericana no aceptáramos tan pasivamente nuestra condición de dependencia y si nuestros gobernantes practicaran todo el nacionalismo que dicen profesar, seguramente que tuvieran en los foros internacionales una actitud más crítica y propositiva, e internamente, buscarían nuevos caminos para el desarrollo a partir de nuestros propios recursos humanos y materiales. ¿Conoce alguien de algún estudio de prospección minera realizada en el país? ¿Sabe usted que contamos con grandes yacimientos de carbón, de cuarzo, de yeso, etc.? ¿Por qué no los explotamos? ¿Qué esfuerzos realiza el gobierno por promover el cultivo del añil, para el cual contamos con condiciones favorables y a su vez, aprovechar los altos precios que están alcanzando los colorantes naturales en el mundo? Desafortunadamente, por las razones que sean, quizá por falta de ideas, de compromisos, de resistirse a pensar, por su formación en universidades gringas, etc. lejos de ser emprendedores, creativos y nacionalistas, nos encaminamos aceleradamente, a transformarnos en un “estado libre asociado”, cuando no en una simple colonia gringa. El argumento entonces sería que de esa manera nuestros compatriotas podrían emigrar a los EE UU sin los riesgos que ahora afrontan y podríamos seguir viviendo tranquilamente de sus remesas unos cuantos años más.

Otro ejemplo de disconformidad entre la teoría económica y realidad económica, tiene que ver con el planteamiento recientemente expuesto por un empresario salvadoreño en la televisión, se trata del señor Hugo Barrera, quien razonaba en el sentido de que era necesario incrementar los salarios a fin de reactivar la demanda. El, decía, cuando se incrementa el precio de la gasolina sencillamente lo asumimos como un incremento en nuestros costos de transporte, cuando se incrementa el precio de cualquier insumo sencillamente lo asumimos, ¿por qué no hacer lo mismo con los salarios? Si él tuviera una formación teórica marxista, seguramente que pudo haberle dado más sentido a su propuesta añadiendo: con la diferencia de que un incremento en los salarios no tiene porque traducirse en un incremento de los precios. Desde la perspectiva marxista –nos referimos a la economía política desarrollada por Marx en El Capital- un incremento en los salarios no tiene porqué ser inflacionario, ya que el precio lo determina el valor y éste se determina por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario, en consecuencia, mientras no se altere la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario no tiene porque alterarse el valor de las mercancías. Un incremento en los salarios incide sobre el monto de las ganancias, con los cuales guardan una relación inversa. Pero ocurre que los empresarios no ven las cosas así, inclusive, el señor Barrera. Para ellos, el valor de las mercancías está determinado por sus costos de producción y tan costo es el de materia prima, energía, desgaste de maquinaria, etc. como el de los salarios, de allí que si se incrementa cualquiera de ellos, se incrementa el valor y en consecuencia el precio. Ya que éste lo estiman aplicándole una determinada ganancia al costo de producción, generalmente, un determinado porcentaje.

Esta forma de ver las cosas es la que llevaba a que algunos empresarios estuvieran a favor de la devaluación, ya que de esa manera esperaban reducir sus costos vía salarios y obviamente, a ser más competitivos en los mercados internacionales o bien, a obtener mayores ganancias. Si esos empresarios buscaran ser competitivos y obtener mayores beneficios, siguiendo los planteamientos de la teoría marxista, verían que la única forma de reducir el valor y con ello, los precios, es incrementando la productividad. Pero conseguir incrementos en la productividad no es tan sencillo como devaluar.

Y mucho cuidado ya que incrementar la productividad del obrero no significa incrementar la intensidad del trabajo, mucho menos prolongar la jornada, o robarles las prestaciones sociales a los trabajadores. La productividad se incrementa capacitando más y mejor a los obreros, mejorando los métodos de trabajo y obviamente mejorando los instrumentos de trabajo, de manera tal que se reduzca la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario y con ello el valor de las mercancías. Por otra parte resulta obvio que un obrero será tanto más productivo cuanto mejores condiciones de vida y de trabajo tenga. Pero si los obreros apenas ganan para subsistir es lógico que no dispongan del dinero necesario para alimentar bien a su familia, mucho menos para educar a sus hijos, en consecuencia, como diría Smith, es para bien de los mismos empresarios el pagar bien a sus obreros.[15]

Y a propósito de obreros y salarios, veamos lo que sobre el particular consideraba A. Smith:

Los salarios del trabajo dependen generalmente, por doquier, del contrato concertado por lo común entre estas dos partes, y cuyos intereses difícilmente coinciden. El operario desea sacar lo más posible, y los patronos dar lo menos que pueden. Los obreros están siempre dispuestos a concertarse para elevar los salarios, y los patronos, para rebajarlos.

Sin embargo no es difícil de prever cuál de las dos partes saldrá gananciosa en la disputa, en la mayor parte de los casos, y podrá torzar a la otra a contentarse con sus términos. Los patronos, siendo menos en número, se pueden poner de acuerdo más fácilmente, además de que las leyes autorizan sus asociaciones o, por lo menos, no las prohiben, mientras que, en el caso de los trabajadores, las desautorizan… En disputas de esa índole los patronos pueden resistir mucho más tiempo… La mayor parte de los trabajadores no podrán subsistir una semana, pocos resistirán un mes, y apenas habrá uno que soporte un año sin empleo. A largo plazo, tanto el patrono como el trabajador se necesitan mutuamente; pero con distinta urgencia.[16]

Entre Smith, Ricardo y Marx existe cierta continuidad temática, al menos, en temas tan importantes como el del valor y los precios, la productividad, los salarios, la ganancia, la distribución, los intereses de clase, etc. Desafortunadamente, sus teorías han sido poco conocidas en nuestro medio o en el mejor de los casos han sido vulgarizadas, lo cual tiene peores consecuencias. A mi siempre me ha perecido que los estudiantes de economía deberían de iniciar sus carreras leyendo la principal obra de Adam Smith, “Una investigación de las causas y naturaleza de la riqueza de las naciones”, más conocida por La riqueza de las naciones y si luego de leerla se percataran que la principal función de los economistas debería de ser cómo elevar el nivel de bienestar general de la población y no el suyo propio, estarían en camino de convertirse en auténticos economistas, de los cuales mucho necesitamos.

Además de continuidad temática, resulta admirable la similitud entre Smith y Marx, cuando se refieren a los trabajadores, veamos cómo trata Marx la jornada de trabajo:
"El capitalista compra la fuerza de trabajo por su valor diario. Le pertenece, pues, su valor de uso durante una jornada, y con él, el derecho a hacer trabajar al obrero a su servicio durante un día. Pero, ¿qué se entiende por un día de trabajo? Menos, desde luego, que un día natural. ¿Como cuánto menos? El capitalista tiene sus ideas propias en punto a esta última Thule, a esta frontera necesaria de la jornada de trabajo. Como capitalista, él no es más que el capital personificado. Su alma es el alma del capital. Y el capital no tiene más que un instinto vital: el instinto de acrecentarse, de crear plusvalía, de absorber con su parte constante, los medios de producción, la mayor masa posible de trabajo excedente. El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa...

Su afán, como el de todo comprador, es sacar el mayor provecho posible del valor de uso de su mercancía. Pero, de pronto, se alza la voz del obrero, que había enmudecido en medio del tráfago del proceso de producción.

La mercancía que te he vendido, dice esta voz, se distingue de la chusma de las otras mercancías en que su uso crea valor, más valor del que costó. Por eso, y no por otra cosa, fue por lo que tu la compraste. Lo que para ti es explotación de un capital, es para mi estrujamiento de energías... Prescindiendo del desgaste natural que lleva consigo la vejez, etc. yo, obrero, tengo que levantarme mañana en condiciones de poder trabajar en el mismo estado normal de fuerza, salud y diligencia que hoy. Tú me predicas a todas horas el evangelio del "ahorro" y la "abstención". Perfectamente. De aquí en adelante, voy a administrar mi única riqueza, la fuerza de trabajo, como un hombre ahorrativo, absteniéndome de toda necia disipación...

Alargando desmedidamente la jornada de trabajo, puedes arrancarme en un solo día una cantidad de energía superior a la que yo alcanzo a reponer en tres...Una cosa es usar mi fuerza de trabajo y otra muy distinta desfalcarla...Por eso exijo una jornada de trabajo de duración normal, y al hacerlo, se que no tengo que apelar a tu corazón, pues en materia de dinero los sentimientos salen sobrando. Podrás ser un ciudadano modelo, pertenecer acaso a la Liga de protección de los animales y hasta vivir en olor de santidad, pero ese objeto a quien representas frente a mi no encierra en su pecho un corazón. Lo que parece palpitar en él son los latidos del mío." [17]


Por otra parte, las teorías económicas experimentan su prueba de fuego, cuando se traducen en políticas económicas o cuando se busca utilizarlas para cuestionar las medidas de política económica. En razón de que la realidad es mucho más rica que cualquier teoría económica, pienso que lo pertinente, cuando se busca ocuparse de una determinada realidad en particular es, primero no aferrase dogmáticamente a una sola teoría; de lo cual se deriva una segunda exigencia, cual es la de no ser purista y tercero, tomar conciencia de las condiciones en las cuales surgió una determinada teoría y verificar si ellas coinciden con la realidad a la cual se busca aplicar. Por ejemplo, si se tratara de enfrentar un mal económico y social como lo es la inflación, resulta imprescindible diagnosticar cual es la causa de la misma. Ya que resultaría un absurdo total darle un tratamiento monetario, cuando su origen es estructural. O lo contrario.

Algo de eso hablaba recientemente el p. Ibisate en la televisión, cuando señalaba que si la inflación se había contenido, no era gracias a las medidas del gobierno, las cuales han sido fundamentalmente monetaristas, sino a que la gran mayoría de la población carecía de una demanda efectiva y que el origen, de tal situación había que buscarlo estructuralmente. Yo agregaría que debido al manejo monetarista efectuado por el gobierno es que se elevaron las tasas de interés, muchos empresarios cayeron en mora, otros quebraron y la agricultura en muchos rubros dejó de ser rentable, la economía no generó nuevos puestos de trabajo, los salarios se congelaron y la gran mayoría de la población redujo su demanda efectiva. Y ahora estamos en una situación grave de recesión de la cual difícilmente saldremos con la sola dolarización, sobre todo cuando “nuestro principal socio comercial” experimenta una desacelaración anunciada, pero que los técnicos asesores del gobierno, ni la previeron, ni la entienden, ya que sostienen que esperan que en el segundo semestre la economía norteamericana se reactivará.

Si conocieran la economía política marxista y estuvieran medianamente informados, se hubieran enterado desde el año pasado que cuando una economía acude al crédito masivo y desenfrenado, ello, es un síntoma de que se avecina una crisis y los EE UU tenían el año pasado tasas negativas de ahorro, razón por la cual Greenspan estuvo elevando las tasas de interés para frenar el consumo y evitar un brote inflacionario. Es más, según la teoría marxista, cuando los precios se alejan desmedidamente de los valores, más temprano que tarde, se impone la ley del valor, lo cual permite pensar que dada la enorme burbuja financiera existente en los EE UU, la crisis podría ser más grave de lo que por ahora se manifiesta y que las recientes caídas en los valores técnicos, sea tan sólo una primera manifestación de una enfermedad mucho más grave. Por otra parte, según la economía política marxista, existe una tendencia recurrente a la caída en la tasa media de ganancia, razón por la cual era de suponer que el crecimiento que había experimentado la economía norteamericana, no podía ser indefinido. Los EE UU durante las navidades pasadas fueron un claro ejemplo de una crisis de sobreproducción.

Cuando en una economía se tienen congeladas y a un nivel muy bajo las niveles del empleo, de los salarios, de la productividad y de participación en la renta, i.e., una excesiva desigualdad en la distribución del ingreso, nos encontramos ante una problemática económica y social de muy difícil solución y se torna insoluble cuando se intenta enfrentarla con medidas monetarias, sin incidir en las estructuras generantes de la problemática. O bien, con tan sólo un incremento en la inversión pública que, hicieron recordar al P. Ibisate, las recomendaciones Keynesianas. Ciertamente, las medidas del gobierno servirán de muy poco para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de salvadoreños, mientras no se mejore, al menos, el nivel de salarios y no descarten la idea de implementar la flexibilización laboral.

Generalmente, en nuestro país, los incrementos en los precios a diferencia de lo que ocurre en los EE UU, no tienen su origen en un incremento desmedido de la demanda, razón por la cual no se puede operar incrementando la tasa de interés como lo ha venido haciendo Greenspan, para desestimular la demanda. En nuestro medio, los incrementos en los precios son en parte de origen externo, variable sobre la cual no existe ningún control, y por esta vía, aún dolarizados, seguiremos sufriendo alzas de los precios y con ello la disminución del poder adquisitivo de nuestros salarios, por más que se nos pague en dólares. Otro factor que incide en nuestro medio sobre los precios es la búsqueda desmedida de ganancias de los empresarios en un mercado muy poco competitivo. Y también es importante de considerar la baja productividad de las empresas, dicho en otras palabras, la exagerada ineficiencia de las mismas, lo cual guarda alguna relación con los miserables salarios que pagan y que les lleva a contratar personal poco calificado. Ello, ha sido evidente en estos días de inicio de la dolarización en los bancos, en los supermercados y en los almacenes. Pero también es evidente en las recién privatizadas empresas de comunicación y de distribución de energía eléctrica que son muy buenas para cobrar, pero pésimas para servir. En consecuencia, dolarizados o no, seguiremos experimentando incremento en los precios.

Y lo que es más grave aún, la mayoría de la población seguirá considerando que los precios de las mercancías son impagables, debido a que sus miserables ingresos no les alcanzan para adquirir todos los bienes de la canasta familiar. Esta es una realidad más radical y cruel que aquella que se busca enfrentar con la dolarización. Mientras el salario medio no se incremente significativamente, de muy poco sirve que conserve su poder adquisitivo. Además de no ser cierto que con la dolarización se va a conseguir preservarlo de manera absoluta.

Sin embargo, el maestro del neoliberalismo, en cuyo modelo según el padre Ibisate está “entrampada la economía”, tiene opiniones muy diferentes sobre las causas de la inflación, una preciosa muestra de su pensamiento nos la presenta el Dr. Martínez Call, veamos:

La causa inmediata del mal es fácil de enunciar. Lo difícil es identificar la causa última. La causa próxima de la inflación es siempre la misma: un incremento demasiado rápido de la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción.(...)

Las variaciones en el circulante son decididas ahora por el gobierno, lo que significa que actualmente en los Estados Unidos la inflación proviene exclusivamente de Washington. Por supuesto que a ningún gobierno le gusta cargar con la responsabilidad de sus desaciertos, aunque, sin duda, siempre se hallen dispuestos a atribuirse cuanto de bueno otros hayan hecho. Por tal motivo, nuestros gobernantes culpan de la inflación a los jeques árabes, que incrementan el precio del petróleo; a los líderes sindicales, que impulsan al alza los salarios; a la codicia del mundo empresarial; a las catástrofes naturales, que malogran las cosechas, etc. Todos estos factores no son, sin embargo, sino chivos expiatorios que apenas tienen que ver con la inflación. [18]

Para Friedman, la única inflación que existe es la monetaria, la inflación por costes o la inflación estructural son pamplinas, de allí que si se busca a un responsable intelectual de la recesión que vive nuestro país, culpen a Friedman, ya que todas las medidas del gobierno para preservar la estabilidad de precios fueron de corte monetarista, al mejor estilo friedmaniano.

Decíamos que la prueba de fuego de las teorías económicas y de los economistas, obviamente, ocurre cuando se enfrentan con la realidad, ya sea realizando política económica o cuestionando medidas de política económica. Veamos un ejemplo de lo segundo. Actualmente se busca dolarizar nuestra economía, la crítica fundamental a la medida es que al hacerlo se niega el gobierno una forma de enfrentar las crisis, cual es la política monetaria, y que ello, será perjudicial para los trabajadores. Se agrega adicionalmente que la política monetaria del país será aquella que impulse la Reserva Federal de los Estados Unidos. La política fiscal y la política monetaria son dos medidas de corte típicamente keynesiano, ello, en si mismas no las descalifica, lo que a mi me resulta cuestionable es que, se sostenga que al renunciar a la política monetaria, los impactos externos se tendrán que realizar afectando los salarios de los trabajadores y que ello es negativo para los trabajadores, como si acaso los ajustes en base a política monetaria no afectaran también a los trabajadores, al disminuir su poder adquisitivo o al ver disminuidos sus salarios reales.

Sobre el particular citemos primero a Paul Mattick quien refiriéndose a Keynes, dice:

También observó que la resistencia de los trabajadores es mayor a una disminución de salarios nominales que a una disminución de los salarios reales. Esto, naturalmente, es cierto; aunque sólo fuera porque es más fácil ir a la huelga que resistir un alza de precios.

Keynes vio que esto hacía posibles formas más sutiles de reducción de salarios que las empleadas tradicionalmente. La forma sutil era también la forma más efectiva y general, a su parecer. Una política salarial flexible podría crearse por medio de una política monetaria flexible: un incremento en la cantidad de dinero elevaría los precios y reduciría los salarios reales si los salarios nominales permanecían estacionarios o aumentaban más lentamente que el nivel general de precios.[19]

Y Keynes les dice a nuestros gobernantes y a sus críticos, lo siguiente:

Teniendo en cuenta la naturaleza humana y nuestras instituciones, solamente un tonto preferiría una política de salarios flexibles a una política monetaria elástica, a menos que señale las ventajas de la primera que no sea posible obtener con la segunda.[20]

Con lo anterior lo que quiero evidenciar es que al no tener claridad teórica y política, así como principios que orienten nuestras decisiones y nuestras posturas, damos palos de ciego. Keynes es suficientemente claro en su planteamiento y deja mal parados tanto a nuestros gobernantes que le apuestan a la flexibilidad laboral –eufemismo neoliberal para referirse a la flexibilidad salarial- y a sus críticos, que prefieren las formas sutiles de afectar a los trabajadores, a quienes dicen defender.

Resulta obvio, para quien tiene una formación marxista auténtica, no de manual, que en el sistema capitalista la política económica, generalmente, en última instancia no busca beneficiar a los trabajadores, ni a los empresarios no capitalistas –micro y pequeños empresarios, cooperativistas, etc.- sino que a los dueños del capital. Esta situación se ha vuelto, aún más cruda, en la época actual cuando son las empresas transnacionales las que dominan el mundo, y el neoliberalismo sustenta las decisiones de política económica. Se debería de tener siempre presente que el neoliberalismo es la respuesta crítica a la teoría Keynesiana. Desafortunadamente, las críticas que se hacen en nuestro medio a las visiones neoliberales, tienen fundamentos keynesianos, lo cual, no sólo las hace fácilmente refutables sino que adicionalmente, aún en el caso de que fueran aceptadas no lograrían obtener ningún beneficio para los trabajadores, ya que tanto Keynes, como los neoliberales responden a los intereses de los empresarios capitalistas.

En consecuencia, si la izquierda busca efectivamente favorecer a los trabajadores, ya sean estos públicos y privados, o trabajadores del sector no capitalista, como los informales, los campesinos, los cooperativistas, etc. mucho les ayudaría el tener una formación sólida en economía política, los más radicales en economía política marxista y los menos, en economía política clásica.

De manera general, me parece, que para superar las visiones neoliberales es preciso volver los ojos a los economistas clásicos: a Smith, Ricardo, J.S. Mill, Maltus y, obviamente, a Marx.

A manera de muestra de la problemática que enfrentaban los economistas clásicos, me permitiré realizar una cita bastante extensa de J.S. Mill, no sólo porque toca un problema que enfrentamos en la actualidad, sino porque las condiciones en las cuales el escribe, resultan bastante semejantes a las nuestras.

¿Con qué medios se ha de combatir, pues, la pobreza? ¿Cómo se ha de remediar el mal de los bajos salarios? Si los expedientes que de ordinario se recomiendan no cumplen la finalidad perseguida, ¿pueden imaginarse otros? ¿El problema no admite solución? ¿Es que la economía política no puede hacer nada, sino objetar todo lo que se propone y demostrar que nada puede hacerse?
Si así fuera, la tarea asignada a la economía política sería tal vez necesaria, pero no dejaría de ser melancólica e ingrata. Si la gran masa de la humanidad ha de permanecer siempre como al presente, esclava de un trabajo en el cual no tiene interés, y por el cual, por consiguiente, no siente interés —trabajando sin descanso desde las primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche para poder conseguir las cosas más necesarias, y con todas las deficiencias intelectuales y morales que esto entraña; sin recursos espirituales ni sentimentales; ignorante, pues no puede instruirse mejor de lo que se alimenta; egoísta, pues todos sus pensamientos tienen que ser para sí misma; sin intereses ni sentimientos como ciudadanos y miembros de la sociedad, y con sus almas envenenadas por el sentimiento de la injusticia, tanto por lo que no tienen, como por lo que los otros disfrutan—; si todo hubiera de continuar así, no sé que exista nada que pudiera hacer que una persona capaz y razonable se interesara por los destinos de la raza humana. La única sabiduría consistiría entonces en extraer de la vida, con indiferencia epicúrea, tanta satisfacción personal para sí mismo y para aquellos con quienes se simpatiza, como pudiera obtenerse sin daño de los demás, dejando pasar inadvertida la barahúnda de la llamada vida civilizada. Pero no hay razón alguna para contemplar los asuntos humanos desde ese punto de vista. La pobreza, como casi todos los males sociales, existe porque el hombre sigue sus instintos bestiales sin ninguna consideración. Pero si la sociedad es posible, es precisamente porque el hombre no es por necesidad una bestia. La civilización en cada uno de sus aspectos no es más que una lucha contra los instintos animales. Sobre algunos de ellos, incluso sobre los más fuertes, el hombre se ha mostrado capaz de adquirir un amplio dominio. … Los ricos, con tal de no sufrir las consecuencias, creen que se contradice la sabiduría de la Providencia al suponer que el ejercicio de una inclinación natural pueda ocasionar la miseria; los pobres creen que “cada hijo trae un pan debajo del brazo”. A juzgar por el lenguaje de unos y otros, nadie creería que el hombre tenga voz y voto en el asunto. Tan completa es la confusión de ideas sobre la totalidad del asunto, debido en gran parte al misterio con que lo encubre una falsa delicadeza, que se prefiere que el bien y el mal se confundan o se juzgue injustamente al apreciar uno de los asuntos más importantes para el bienestar humano, antes que consentir que se hable y se discuta con entera libertad. La gente no se da cuenta de lo que cuesta a la humanidad esta escrupulosidad en el lenguaje. Los males de la sociedad, como las enfermedades corporales, no se pueden prevenir o curar más que hablando de ellas con entera franqueza. La experiencia enseña que la gran masa humana es incapaz de discernir el bien o el mal por sí misma, no lo ven hasta que se les ha dicho con frecuencia dónde se encuentra; y ¿quién les dice que tengan deberes en el asunto en cuestión, mientras se mantienen dentro de los límites del matrimonio? ¿A quién se condena, o más bien, quién es el que no encuentra simpatía y benevolencia por esta especie de incontinencia, cualquiera que sea el daño que haya producido, tanto a sí mismo como a los que de él dependen? En tanto que un hombre que bebe sin moderación, un borracho, encuentra el desagrado y el desprecio de todas las personas que se precian de ser morales, el hecho de que un hombre tenga una familia numerosa y sea incapaz de mantenerla se exhibe como motivo de invocar la caridad.

No es extraño que el silencio de este ancho campo de los deberes humanos produzca la ignorancia de las obligaciones morales, cuando produce el olvido de las realidades físicas. Casi todo el mundo admite que es posible retrasar el matrimonio, y vivir en la abstinencia mientras se es soltero; pero una vez que las personas se han casado, a nadie parece ocurrírsele, en este país, la idea de que el tener o no hijos, o el número de éstos que se tengan, pueda depender de la voluntad de los casados. Cualquiera creería que los hijos llueven directamente del cielo a los casados, sin que ellos tengan arte ni parte en el asunto; que fuera, según el dicho popular, la voluntad de Dios, y no la suya propia, la que decide el número de sus descendientes. [21]

Más delante agrega que para lograr superar la problemática enunciada se debería de elevar los niveles de educación de los pobres y librarlos, al menos, durante una generación de la pobreza extrema.

2. El método en economía: Marx y Keynes

Hemos hecho algunas referencias al desprecio de Keynes por las matemáticas, lo cual nos mueve a mostrar cuál era su concepción metodológica y de pasada evidenciar que entre él y Marx, siendo tan distintos ideológicamente, presentan semejanzas metodológicas, lo cual también es observable en David Ricardo, aunque no hemos encontrado una referencia explícita de él, acerca de su método, razón por la cual no la citamos, pero bastaría con echarle una ojeada a su “Ensayo sobre el grano”, para descubrirlo.

Aunque el método en economía resulta de una importancia fundamental cuando se produce teoría, a la cual se le huye como si fuera el demonio en nuestro medio, aunque más de alguno piense que teorizar es efectuar unas pocas o muchas citas bibliográficas, como estamos haciendo en este trabajo, o bien, realizar un diagnóstico de la realidad económica, etc. Sin embargo, el método sigue siendo clave para mejor comprender y bien utilizar cualquier teoría en particular. De manera, pues, que al detenernos aunque sea brevemente en la cuestión metodológica de dos grandes economistas como son Marx y Keynes, no resulta ser una actividad sin importancia.

Cualquiera podría pensar que dos economistas tan distintos como Marx y Keynes, no tuvieran ni la más mínima coincidencia, aunque esta fuese metodológica; sin embargo, al hacer teoría económica se exige cierta racionalidad que comienza por lo metodológico.

Veamos primeramente de qué manera concibe el método Marx, para ello acudamos a dos de sus obras fundamentales en economía: El Capital y los Elementos fundamentales para una crítica de la economía política:

La investigación ha de tender a asimilar en detalle la materia investigada, a analizar sus diversas formas de desarrollo y descubrir sus nexos internos. Sólo después de coronada esta labor, puede el investigador proceder a exponer adecuadamente el movimiento real. Y si sabe hacerlo y si consigue reflejar idealmente en la exposición la vida de la materia, cabe siempre la posibilidad de que se tenga la impresión de estar ante una construcción a priori.[22]

Una exposición más detallada de su método, conocido como “elevarse de lo abstracto a lo concreto”, lo expone en los Elementos…

Parece justo comenzar por lo real y lo concreto, el supuesto efectivo; así, por ejemplo, en la economía, por la población que es la base y el sujeto del acto social de la producción en su conjunto. Sin embargo, si se examina con mayor atención, esto se revela (como) falso. La población es una abstracción si dejo de lado, por ejemplo, las clases de que se compone. Estas clases, son a su vez, una palabra huera (hueca) si desconozco los elementos sobre los cuales reposan, por ejemplo, el trabajo asalariado, el capital, etc. Estos últimos suponen el cambio, la división del trabajo, los precios, etc. El capital, por ejemplo, no es nada sin trabajo asalariado, sin valor, dinero, precios, etc. Si comenzara, pues, por la población, tendría una representación caótica del conjunto y, precisando cada vez más, llegaría analíticamente a conceptos cada vez más simples: de lo concreto representado llegaría a abstracciones cada vez más sutiles hasta alcanzar las determinaciones más simples. Llegado a este punto, habría que emprender el viaje de retorno, hasta dar de nuevo con la población, pero esta vez no tendría una representación caótica de un conjunto, sino una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones.[23]

Por su parte, J. M. Keynes, en su obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, sostiene:

“El objetivo de nuestro análisis no es proveer un mecanismo o método de manipulación ciega que nos de una respuesta infalible sino dotarnos de un método organizado y ordenado de razonar sobre problemas concretos; y, después que hayamos alcanzado una conclusión provisional, aislando los elementos de complicación uno a uno, tendremos que volver sobre nuestros pasos y tener en cuenta, lo mejor que podamos, las probables interacciones; esta es la naturaleza del pensamiento económico. Cualquier otro modo de aplicar nuestros principios formales de pensamiento (sin los que, no obstante estaremos perdidos en el bosque) nos llevará a error. Una falla importante de los métodos seudo-matemáticos simbólicos de dar forma a un sistema de análisis económico, es el hecho de suponer de manera expresa una independencia estricta de los factores que entran en juego, y que dichos métodos pierden toda su fuerza lógica y su autoridad si se rechaza esta hipótesis; mientras que, en el razonamiento ordinario donde no se manipula a ciegas, sino que se sabe en todo momento lo que se está haciendo y lo que las palabras significan, podemos conservar “en el fondo de nuestra mente” las necesarias reservas y limitaciones y las correcciones que tendremos que hacer después, de un modo, como no podemos retener diferenciales parciales complicadas “al reverso” de algunas páginas de álgebra, que suponen el desvanecimiento de ellas”.[24]

Partir de una determinada realidad concreta, analizarla, hacer abstracción, buscar relaciones, retornar a la realidad mediante una labor de síntesis, tal parece el esquema metodológico básico, tanto en Marx como en Keynes.

3. Estado versus mercado una disyuntiva falaz.

Existe entre los economistas una ya vieja y maltrecha discusión en torno a la disyuntiva entre mercado y Estado, la cual ha trascendido a los políticos y a la generalidad de las personas. El optar por uno o por el otro me parece que sólo puede ser fruto de una ideologización desmedida del asunto y sin embargo, ante la influencia neoliberal en nuestro medio se está privatizando todo y dejando a los ciudadanos indefensos ante –no los designios del mercado- sino de los intereses de los empresarios capitalistas que controlan y manipulan a su antojo los precios de bienes y servicios.

Resulta obvio que en una economía mercantil el mercado debe de funcionar libremente. Pero mucho cuidado con mistificar el mercado, ya que el mercado a secas es una abstracción, lo que existen son oferentes y demandantes. Si los oferentes están constituidos por oligopolios o monopolios los precios no se fijan libremente, sino que son manipulados por las empresas. Los demandantes están constituidos por las empresas y por las familias, pero ni todas las empresas son iguales ni todas las familias. Para ser parte de los demandantes en el mercado es preciso tener ingresos y si la distribución del ingreso es significativamente desigual, resulta muy desigual el peso relativo que se tenga en el mercado. Cuando se deja al mercado la prestación casi absoluta de los bienes y servicios y existe una considerable cantidad de la población cuyos ingresos apenas son suficientes para adquirir algunos bienes alimenticios básicos, e inclusive, muchos ni siquiera cuentan con lo necesario para satisfacer sus necesidades alimenticias, estamos condenando a la población a perecer por hambre, por insalubridad o por la delincuencia.

Para la visión neoliberal no hay límite para la privatización, inclusive, los cuerpos de seguridad deben de privatizarse. Es así como vemos en nuestro medio que distintas empresas y familias cuentan con sus servicios de seguridad privados, pero la gran mayoría de la población ¿cómo podría comprar sus propios servicios de seguridad? ¿Qué hace ante esto el Estado? Pues presta servicios públicos de seguridad gratuitos, los que se costean con los impuestos directos e indirectos que pagamos todos los ciudadanos.

La seguridad es un servicio importante en cualquier sociedad, pero ¿será más importante que el agua, la energía eléctrica, el alcantarillado, la salud, la educación, los alimentos, la vivienda, etc.? ¿Cómo hacer para que aquellas personas que no tienen los ingresos necesarios y suficientes para adquirir bienes y servicios vitales los reciban? ¿Por qué al gobierno le resulta normal el prestar servicios de seguridad pública y en cambio le resultó anormal prestar los servicios de energía eléctrica, los de comunicación ó los de agua? ¿Cómo se garantiza que las personas de bajos ingresos van a poder tener acceso a tales servicios? Coexisten de igual manera servicios de educación y de salud públicos y privados, porque se comprende que existen personas que no tienen capacidad de comprar tales servicios. Pero si la salud y la educación parecen servicios muy importantes, debería de ser obvio que son más importantes el agua y la alimentación, ¿cómo es que entonces los gobernantes parecen no darles importancia, al dejarlos al mercado, donde no se puede participar si no se tiene poder de compra? ¿cómo pueden los pobres tener acceso a los medicamentos, si ni siquiera pueden comprar los alimentos necesarios y suficientes?

Si todas las familias tuvieran suficientes ingresos para satisfacer sus necesidades vitales, estaría muy bien que el mercado se encargara de la distribución de los bienes y servicios, pero cuando esto no es así, se puede dolarizar la economía, pero no se van a resolver esos problemas.

Lo peor que le puede ocurrir a una sociedad como la nuestra es dejarla en manos del mercado. Y resulta bastante absurdo que nos preocupemos primero por regular los precios, la calidad y la cantidad de los bienes y servicios, -contamos con una flamante Dirección de Protección al Consumidor (DPA),- cuando una buena parte de la población ni siquiera participa en el mercado formal de la economía.

Y con respecto a estas acciones vinculadas con los compradores, tipo DPA, Joan Robinson, sostiene:

…la soberanía del consumidor no podrá conseguirse nunca mientras la iniciativa siga en manos del productor. Por regla general, el comprador es necesariamente un amateur –en el caso de bienes de consumo-, mientras que el vendedor es un profesional. Para que la industria sirviera realmente a las necesidades del público, como se da por supuesto en los libros de texto, sería necesario un monopsonio de consumidores, equipao con sus propios expertos. Hoy día se hacen algunos esfuerzos para proteger los intereses del consumidor, pero no tienen mucho que hacer frente al poder de la publicidad. Las grandes cadenas de almacenes ejercen alguna influencia monopsonista al imponer una especie de mercado sintético perfecto a los productores a pequeña escala, pero no ofrecen un contrapeso suficiente a los grandes oligopolios.[25]

Y todavía más absurdo es que busquemos abolir el comercio informal, o desplazarlo del centro histórico, cuando es precisamente a ese comercio al único que puede tener acceso una gran cantidad de la población y que a su vez sea el único medio de vida de que disponen, aquellas personas que de otra manera serían desempleados abiertos, ya que en nuestra sociedad no existen suficientes puestos de trabajo para todas las personas en edad de trabajar y eso que una gran proporción de nuestros compatriotas ha emigrado a los EE UU en busca de una ocupación.

Lo que buscamos señalar es que resulta un sin sentido el pretender aplicar a nuestra realidad económica y social una visión teórica que, podría tener viabilidad en una economía como la norteamericana, donde los niveles de ingresos son significativamente superiores a los nuestros y donde adicionalmente existen subsidios para aquellas personas que no cuentan con ingresos. Pero en una sociedad como la nuestra, donde la pobreza absoluta alcanza al 22.3% y la relativa al 27.5% de la población nacional,[26] respectivamente, no sólo es absurdo sino inmoral, el dejarnos en manos del mercado. Los anteriores porcentajes representan de manera agregada: 3,007, 296 personas que tienen serias limitaciones para participar en el mercado, situación que se ha agravado considerablemente con el reciente terremoto.

Adicionalmente existen problemas a los cuales el mercado no puede darles solución cuales son: la pobreza, la exclusión social y el deterioro ambiental, en consecuencia una correcta visión de la realidad obliga a utilizar una combinación eficiente de mercado y Estado. [27]

Pero cuando el gobierno va cada vez más renunciando a sus funciones reguladoras y correctoras de las deficiencias del mercado, o lo realiza de mala manera. Tales son los casos de la energía eléctrica, de las comunicaciones, de la gasolina, del transporte, etc. Ciertamente, resulta decepcionante y poco esperanzador. Caemos en la melancolía como diría Smith y de ella no se sale con meras motivaciones subjetivas o con simple demagogia para ser más claros e inequívocos.

4. La dolarización.

Además de los señalamientos que he venido realizando a lo largo de este trabajo sobre la dolarización, dada la importancia que se le está dando al asunto, no me puedo resistir a emitir algunos juicios adicionales.

El fenómeno de la dolarización, desde mi punto de vista, se enmarca dentro del fenómeno de la dependencia de nuestros países, dependencia que incluye, no sólo lo económico, sino lo político, lo social y lo cultural. Por otra parte, el sistema en su fase de globalización exige para su funcionamiento de una serie de adecuaciones al interior de los países, como han sido: la apertura comercial, la privatización, la modernización institucional, el fomento de zonas francas, las reformas tributarias, la flexibilización laboral, la creación de instituciones como la DPC, la SIGET, la Super Intendencia de Pensiones, etc. para cumplir funciones de vigilancia. Y ahora la dolarización.

Estas son acciones emprendidas por los gobiernos de Arena y por ser acciones directas del gobierno parecen ameritar la discusión política, demasiado ideologizada para mi gusto; sin embargo, muy poco se dice de la manipulación que experimentamos de nuestros hábitos de vida y de consumo, inclusive, de nuestras aspiraciones y de nuestras decisiones. Nuestros hijos estudian en colegios bilingües y si a nuestros padres no les alcanzó para costearnos tal educación, de adultos nos dedicamos a estudiar ingles, cuando ni siquiera dominamos suficientemente el español. Los centros comerciales se han convertido en nuestros lugares de recreo y nuestros hábitos alimenticios, los ha reemplazado la comida chatarra, vestimos y calzamos como los gringos y hasta tenemos maras que escriben sus mensajes en inglés. La música, los cines, la televisión nos bombardea con productos “made in USA” y ya no se diga de la manipulación infame de la publicidad, muy al estilo norteamericano. Usamos tarjetas de crédito y celulares y nos morimos por un automóvil del año, como buenos ejemplares de la sociedad de consumo, al mejor estilo gringo. Los políticos se aseguran de conversar con el representante de USA en el país, antes de tomar decisiones trascendentes, y nuestros gobernantes antes de hablar con nosotros sobre la dolarización lo hicieron con los gringos, lo cual, ni es nuevo, ni se detendrá aquí. Hasta celebramos el día de las brujas. Y los medios de comunicación le dan una cobertura a las elecciones en los EE UU, como si fuesen sucesos en la Roma del antiguo imperio. Teniendo tan poca identidad cultural, a mi ciertamente, me ha llenado de asombro como nuestra gente dice sentirse identificada con el navegante italiano. ¡Ni que se tratara de Lempiras o Quetzales! Ahora somos bimonetaristas, como antes ya éramos bilingües o biculturales.[28]

Ahora bien, desde el punto de vista económico, como ya lo hemos venido argumentando, la dolarización ciertamente les facilitará las transacciones a las empresas transnacionales, lo cual es la razón fundamental de que tal medida sea apoyada por el FMI. Ciertamente, se elimina el riesgo cambiario y ello, es bueno; sin embargo, de ello no se sigue que ya no van a existir incrementos en los precios, en tanto y en cuanto, existen otras causas de inflación que no se controlan con la dolarización. Que nos va a venir inversión extranjera, especulativa, tal vez. Pero mientras las condiciones de inseguridad no se resuelvan resulta muy difícil. Léase a Keynes sobre el particular.

Que las tasas de interés van a bajar, ojalá, porque al eliminar el encaje los bancos pueden hacerlo y al eliminar el riesgo cambiario pueden bajarlas más y si adicionalmente, los bancos han rebajado, eso si, las tasas pasivas, pues, tendrán que bajar las tasas activas. Si no lo hacen, pues, van a obtener ganancias extraordinarias, lo cual no sería nada de extraño, siendo como es una banca oligopólica. Pero es claro que las microfinanzas siguen manteniendo tasas propias de la usura y no van a bajar, porque ellos, sus usuarios, si bien existen en el sistema no son parte del sistema.

Problemas con la dolarización, por ahora, aparte de los inconvenientes normales por el cambio, yo no veo, la masa de circulante que exige nuestra economía apenas representa el 25% de las reservas internacionales con que cuenta el gobierno. De caer las remesas y de no incrementarse las exportaciones en el futuro, pues si, tendríamos problemas adicionales, generados por la dolarización. También pudieran venir problemas fruto de la “fuga” de dólares, fenómeno que se ve facilitado con la dolarización; sin embargo, es una cuestión tan obvia, que supongo que el gobierno dispondrá de medidas de control.

Muchos de los problemas que ahora enfrenta la población y el gobierno, se pudieron haber evitado, si el tipo de cambio se hubiera establecido en 8 colones por dólar y si adicionalmente, no se hubiera introducido moneda fraccionaria en dólares, sino que se hubiera preservado el fraccionario en colones. Lo primero nos hubiera añadido algo de poder de compra y lo segundo, le hubiera facilitado las cosas al comercio informal, tanto urbano como rural y hubiera tranquilizado a los que aman el viejo colón, pues, lo seguirían tendiendo aunque fuera en las monedas. Esto es lo que recomiendan los consultores norteamericanos contratados por su gobierno, para dolarizarnos más fácilmente.[29]

El problema mayor con el dinero es su fetichismo, cuando lo era el oro, se creía que éste valía por ser oro y no porque el resto de mercaderías lo utilizaran como su equivalente general, como decía Marx. Con las monedas lo importante es observar cuál cumple mejor las funciones del dinero, cuales son: medida del valor, medio de cambio y de pago, dinero mundial y depósito de valor. Y al verlo así, es obvio, que el dólar supera al colón, de allí que no entiendo como un economista, cuando le preguntaron en qué preferiría su pensión si en colones o en dólares, respondió que en colones. Por favor. Ciertamente, ni el dólar, ni ninguna moneda, está exenta de sufrir devaluaciones, pero hay una enorme diferencia entre el colón y el dólar. Por tal razón es que considero, como un beneficio real que podría traer la dolarización y éste es el de suplantar a la tierra como depósito de valor y quienes tengan ahorros, ahora podrán invertirlos en dólares, preservando su liquides y ganando intereses. Ojalá que esto ocurra, de manera que, al menos, se contenga el precio de la tierra, lo cual sería beneficioso para los cientos de miles de personas que necesitan una vivienda digna, la cual se ha incrementado a causa del terremoto.

Con respecto al comentario que realizaba un diputado en la televisión, acerca de que el gobierno entrega dólares a cambio de colones que ya no van valer nada. A mi me parece que en la medida que el Banco Central no es un productor, sino que era un emisor de moneda, para hacerse de los dólares que poseía, tuvo que entregar colones y que ahora tan sólo está realizando la operación inversa. Diferente sería el caso, si utilizara los dólares fruto de la privatización para lanzarlos a la circulación, porque allí si ha entregado un bien a cambio, cosa que en el primer caso no ocurrió.

Parafraseando a Salvador Samayoa, la dolarización no nos va a llevar al país de las maravillas, pero tampoco amerita rasgarse las vestiduras. A mi me resulta indiferente que sean dólares o colones los que reciba, lo que necesito es tan sólo un medio de compra y si con el dólar pierdo menos poder de compra cuando esté jubilado, pues, que bien. La medida, me parece, poco menos que intrascendente, si consideramos todo lo dependientes que somos en muchos otros aspectos de nuestra vida. De manera que el problema de nuestra dependencia no se va a resolver evitando que circule el dólar, como tampoco nuestros problemas económicos y sociales posibilitando que circule el dólar, la raíz de nuestro problemas se encuentra en el sistema y mientras sigamos viviendo en el capitalismo, pues, seguiremos obteniendo más de lo mismo.

Para finalizar, nada más deseo agregar que visiones como la anterior, son las que marcan la diferencia entre un economista marxista y el resto de economistas. Y lo digo así, llanamente, sin pretender nada más, ya que son visiones teóricas que se tienen y que permiten conocer, explicar y cuestionar la realidad como lo hace un liberal, un keynesiano, o un neoliberal. Allá cada quien con sus instrumentos teóricos. Lo que a mi, si me parece sumamente importante es ser consecuente, honesto y superar la sobre ideologización, así como el dogmatismo. Las teorías, teorías son. Y deben de estar abiertas, para posibilitar su desarrollo y su mejor comprensión de la realidad que es cambiante. Si yo me limitara a repetir las formulaciones de Marx, sin haber actualizado su teoría o no haber desarrollado, aquellos aspectos de los cuales no da cuenta en su obra, ciertamente, me sentiría muy mal. Afortunadamente, he logrado ocuparme de la realidad en numerosos escritos, sin tener que renunciar a mi formación marxista. Aunque siempre he manifestado que el día que encontrara una teoría económica superior a la marxista para interpretar el capitalismo, no tendría ningún inconveniente en adoptarla, de la misma forma en que renuncié a mi vieja máquina de escribir por la computadora.

[1] Se agradece la lectura y comentarios de este trabajo a Julia E. Martínez, Alvaro Trigueros y Joaquín Arriola, aunque no compartan mi visión radical.
[2] Enfoques, La Prensa Gráfica, 19-11-2000
[3] Galbraith, J.K. El nuevo estado industrial, edit Ariel, 7ª. Edic, 1980, Barcelona, p. 542.
[4] Melhado, O. “Salario mínimo agrícola: del atraso a la modernización.” Rev. ECA, enero-febrero, 1998, p. 48.
[5] J.M. Jeynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, edit. FCE, p. 286
[6] El País, España, 27-11-2000
[7] Ibid
[8] Ibid
[9] Citado por Joaquín Estefanía, en La Economía de nuestros hijos, El País, España, 4-12-2000
[10] Ibid
[11] Citado por Mattick, P. Marx y Keynes, Ediciones Era, México, 1985, p. 29.
[12] Conferencia de Sen con motivo de recibir el Premio Internacional Cataluña.
[13] Conferencia de North con motivo de recibir el Premio Nobel de Ciencias Económicas, Estocolmo, diciembre, 1993.
[14] Larry Summer, Secretario del Tesoro, manifestó en 1992: “En largo plazo, encontrar manera de persuadir a la gente para que se dolarice, o al menos devolverles el dinero extra que se obtiene cuando se efectúa la dolarización, debe ser una prioridad internacional. Para el mundo como un todo, la ventaja de la dolarización me parece muy clara.” Citado en “Promoviendo la Dolarización Oficial en los Mercados Emergentes”, abril, 1999, Reporte del Comité de Asuntos Económicos del Congreso de los Estados Unidos. Y recientemente manifestó el mismo Summer: “Nosotros damos la bienvenida a la propuesta de El Salvador de adoptar el dólar como moneda corriente.” Diario de Hoy, 23, noviembre, 2000.
[15] El impacto de la pobreza y a consecuencia de ella, la desnutrición, se manifiesta en: i) deterioro/atrofias musculares; ii) retraso del crecimiento; iii) incremento de enfermedades; iv) vulnerabilidad frente infecciones y epidemias; v) reducción de la capacidad de trabajo, etc. Para mayor información consúltese el cap. 8 Pobreza y desnutrición, del libro Desarrollo Económico de Debroy Ray, edit. Antoni Bosch.
[16] Smith, A. Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Ed. FCE, 4ª reimpresión, México,1984, p. 65.
[17] Marx, K. El Capital, Edit. FCE, t.1, p.
[18] Friedman, M. Paro e inflación, citado por Martínez Call, J.C. La economía de mercado. Virtudes e inconvenientes, Universidad de Málaga, España.
[19] Mattick, P. Marx y Keynes, Ediciones Era, 4ª. Edi. En español, 1985, México, p. 16
[20] Citado por Mattick, Ibid, pp 16-17.
[21] J. S. Mill, Consideraciones ulteriores sobre los remedios para los bajos salarios.

[22] Marx, K. Postfacio segunda edición de El Capital, edit. FCE, México, 1972, p. XXIII.
[23] Marx, K. Introducción. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, edit. Siglo XXI, México, 1971, p. 22.
[24] Keynes, J. M. Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, edit. FCE, México, pp 285-286.
[25] Robinson, J. Economía de la competencia imperfecta, Edic. Martínez Roca, S.A., Barcelona, 1979, p. 19.
[26] Departamento de Economía, UCA, “Análisis de Coyuntura económica. Primer semestre 2000.”, Rev. ECA, septiembre, 2000, p. 834. (rectificadas)
[27] Inclusive el Banco Mundial en el Informe de Desarrollo 1997, sostiene: “Sin un estado efectivo, el desarrollo sostenible, tanto económico como social, es imposible.”
[28] A quienes han olvidado o desconocen la Teoría de la Dependencia, un gran bien les haría, leer a A. G. Frank, a Theotonio Dos Santos, a Samir Amin, a Enmanuel, a Franz Hinkelamert, etc.
[29] Reporte del Comité de Asuntos Económicos del Congreso de los Estados Unidos. Reporte al Comité realizado por Kurt Schuler, julio, 1999. El autor señala: “La consideración política más importante que hace que un país sea un candidato posible para la dolarización oficial es que la gente no considere la moneda doméstica como un elemento indispensable de la identidad nacional. (Cuando existen manifestaciones de deseos de mantener una moneda doméstica como un elemento de identidad nacional, la emisión de moneda doméstica fraccionaria es una solución potencial). La dolarización oficial promueve la globalización, aumenta la influencia de fuerzas económicas internacionales con respecto a las fuerzas políticas nacionales.”

1 comentario:

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